jueves, 7 de noviembre de 2013

En pelotas


Aún no estoy muy seguro de si las máquinas nos controlarán e impondrán su régimen en el que nos someterán por haber sido sometidas. La fría venganza de sabor metálico del tornillo contra la neurona. De lo que sí que estoy seguro es de que el humano, con mucha frecuencia y cada vez con menos escrúpulos, utiliza la máquina para controlar al resto de monos evolucionados que comparten su mundo y por consiguiente el pastel de poder que se reparte en las fiestas más selectas.

La paradoja de la digitalización en la que vivimos nos hace tener una doble sensación de libertad y de angustia. Me explico. Por una parte nos sentimos más libres que nunca, nos regocijamos en nuestra alteza de miras, nos zambullimos en el océano de las comunicaciones, lanzamos los calzones a la orilla y disfrutamos del magnífico mundo interconectado y al alcance de todos entre click y click, entre pellizco y pellizco. Por otra parte nos sentimos observados, estudiados, investigados, mercantilizados, anunciados, espiados, geolocalizados. Nuestro yo digital es una especie de bailarina de peep show a la que cualquier voyeur puede observar, sea cual sea su propósito, mientras se queda sin ropa.

Y bueno, podemos tragarlo de dos maneras: o me sigo regocijando ya que, de momento, no tengo nada que esconder o apago la luz y vivo a oscuras. El moderno gran hermano es sutil, puedes elegir no ser observado, no es una imposición, pero entonces no podrás observar. Es la paradoja de usar gafas para que también puedas ser visto. 

Pero claro, hay gafas y gafas. Hay máquinas y máquinas. Yo con las mías no puedo, por ejemplo, espiar millones de llamadas en un mes, pinchar el teléfono de una canciller, ni hacer un estudio de mercado con el que beneficiarme de los datos de millones de inocentes usuarios en pelotas para abrir un centro comercial.

Como en toda fiesta, el que parte y reparte se guarda para él la mejor parte. Y el que la tiene más grande (la máquina) consigue someterlas a todas. Yo soy de los que se zambullen, y lo hago casi sin precauciones, en la libertad de los ceros y los unos. Tengo ya bastantes más perfiles de los que tenía cuando nací. Muy distinto es vivir en la inocencia y pensar que todo es gratis. Todo tiene su precio y nadie en ninguna fiesta regala algo sin esperar ser regalado.